sábado, 8 de enero de 2011

La tía Lucía

La hermana de mi padre siempre fue una mujer muy guapa. Por otra parte, tengo la convicción  de que sentía por sus hermanas y hermano una gran predilección. En una ocasión me contó que por poco no dejó tuerto a mi padre. Cuando eran jóvenes, jugando,  le tiró con uno de los útiles de la antigua "cocinilla económica" con tan mala suerte que le atinó en el ojo. Lloré como una Magdalena, me dijo.

Se trasladó a Barcelona tras el revés de una relación fallida por carecer de fortuna. Allí conoció al padre de mi primo, casó con él y cambió su suerte. Mi tío, al que yo no conocí, era un señor afectuoso, educado, bien situado económicamente que la colmó de cariño y llenó su vida de satisfacciones y comodidades.

De mi infancia, recuerdo con nostalgia aquellos envíos que recibíamos de tía Lucía por navidad cuando vivíamos en casa de la abuela, Degustamos, sorprendidos, los sabores desconocidos de artículos prohibitivos para nosotros en aquel tiempo. En el año 1951, viviendo ya en la calle Magdalena,  heredé de mi primo Paco una bicicleta de color rojo pequeña, de barra y de piñón fijo, con la que causé la envidia de todos los niños del barrio: yo tenía seis años y ¡¡UNA BICICLETA!! Más tarde, ya de joven, recibí algún que otro traje porque yo era el único que usaba la talla que él dejaba debido a que se le quedaba pequeña.

Todos los sobrinos, unos más y otros menos, pasamos por casa de tía Lucía durante nuestra luna de miel, una costumbre que habían instituido mis padres y mi tía Josefina con su esposo cuando contrajeron matrimonio. De regreso de mi viaje de novios permanecí unos días con ella en Madrid, lugar donde entonces residía casada en segundas nupcias.

Solía venir a Tudela esporádicamente cuando todavía vivía la abuela. Después no tanto. La visité de nuevo en Barcelona con motivo de un curso de especialización  al que mi empresa me había enviado durante quince días. La última vez que coincidí con ella fue  en el funeral de mi tía Josefina.

Una vez jubilado pensé aprovechar un viaje para conocer la nueva Barcelona y hacerle una visita pero lo fui dejando en la trastienda. Pregunté a mi primo por ella y me manifestó que se encontraba bien físicamente, pero le fallaba algo la retentiva. Ante esta situación, desistí dado que no me reconocería y no tenía ya el sentido que yo me había imaginado. Me conformo con las informaciones que de vez en cuando requiero a Francesc (para nosotros siempre será Paco).

Cuando, hace unos meses, tuve una entrevista con su prima Aurora, hablamos y me reveló su cariño por ella. Me comentó que en una oportunidad había conversado con la persona con quien Lucía tuvo aquella relación juvenil y cuyo desprecio familiar fue el causante de su abandono de Tudela. Creyó notar algo de emoción en él cuando le dijo: ¡Que guapa era Lucía! ¿Verdad?

Hoy cumple 97 años y no quiero dejar pasar este día sin hacerle el pequeño obsequio de este afectuoso homenaje aunque ella no sea capaz de percibirlo puesto que la memoria la dejó olvidada en algún lugar del camino que ya no recuerda.


A pesar de la distancia y las escasas ocasiones en que hemos coincidido, o quizás a causa de ello, la tía Lucía siempre ha sido un referente muy querido para todos nosotros.