martes, 13 de abril de 2010

Leyre

El nombre de mi nieta mayor (dos añitos) tiene connotaciones muy especiales para los navarros.

Así se denomina también la sierra de Errando en cuyas estribaciones el río Irati ha excavado en la roca caliza un espectacular cañón conocido como la Foz de Lumbier. En las faldas de esta sierra se encuentra situado el Monasterio de San Salvador de Leyre, cuna del reino de Pamplona (precursor del de Navarra) y mausoleo de sus primeros reyes.


En este privilegiado emplazamiento se realiza todos los años la entrega de los prestigiosos premios internacionales Príncipe de Viana que el Gobierno de Navarra otorga  para reconocer la labor de personas e instituciones de cualquier país en tres ámbitos: la cultura, la solidaridad social y la atención a las personas dependientes.

Además de la maravillosa iglesia románica de los siglos XI y XII, cuenta este monasterio con una excepcional cripta única en el mundo por sus características, destacando sus grandes capiteles sustentados por unas pequeñas columnas.


Para no ser reiterativo no voy a extenderme describiendo con prolijidad este extraordinario lugar puesto que existe abundante información al alcance de cualquier persona interesada en este conjunto monástico.

El entorno es privilegiado y a sus pies se encuentra el embalse de Yesa represando las aguas del río Aragón. A pocos kilómetros se sitúa el  castillo donde nació San Francisco Javier patrón de Navarra y misionero universal . Igualmente, desde sus alturas, se divisa el cercano pueblo aragonés de Sos del Rey Católico.

Como no podía ser de otra manera, Leyre también tiene su leyenda: la de San Virila:

Cuentan que en este monasterio vivía un monje llamado Virila que albergaba grandes dudas sobre el misterio de la eternidad y rogaba a Dios para poder comprender dicho misterio.


Un día que salió a dar un paseo por los bosques de la sierra sentose a descansar junto a una fuente y  quedó tan absorto con el canto de un ruiseñor que perdió la noción del tiempo y se durmió. Una vez despierto tras reponer sus fuerzas, cuando ya anochecía, regresó al  cenobio donde habitaba y se percató de que ningún monje le era familiar y en el monasterio se habían introducido algunos cambios. Apesadumbrado, se dirigió  al prior, al que tampoco conocía, exponiéndole su extrañeza y juntos en la biblioteca descubrieron asombrados que hacía trescientos años había existido un abad santo llamado Virila desaparecido durante uno de sus paseos primaverales.


San Virila comprendió que él mismo era el abad mencionado en ese escrito y que, al someterle a esta prueba, Dios había escuchado sus súplicas. Todavía hoy puede visitarse la fuente citada en este relato siguiendo un sendero por el bosque.

Esta leyenda no es exclusiva de Leyre. Yo la he escuchado, con muy ligeras variaciones, en algún otro lugar y atribuida a un santo distinto. Tengo entendido que se reproduce  también en  una de las Cántigas de Alfonso X el Sabio. 

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